Resumen
A principios del siglo XX se produjo la distinción entre conocimientos físicos clásicos y conocimientos físicos cuánticos. Con la relatividad especial (el espacio-tiempo y la equiparación de energía y materia), culmina la física clásica; y con la cuantización de Planck, se inicia una física nueva, con extrañas síntesis sin identidad: transprobabilidad. Pero, en 1915, apareció una distinción aún más profunda, la de los conocimientos propios (que engloban lo clásico y lo cuántico), y los conocimientos impropios. Todo empezó cuando, en la relatividad general de Einstein, no estaba claro que se cumpliese el principio sagrado de la conservación de la energía. Hilbert afirmó (su famosa Behauptung) que se trataba de un conocimiento impropio; pero no supo explicar el porqué. Fue la matemática Emmy Noether, experta en invariantes, la que, con sus dos teoremas de 1918, explicó la diferencia radical entre conocimientos propios (conservación de la energía, de los momentos lineal y angular, de las “cargas” ...), y los conocimientos impropios (segundo teorema). Pero la razón más profunda de la conservación impropia, que Noether encontró en los grupos de infinito no enumerable de Lie, está en el campo intencional de la fenomenología renovada. La encontramos cuando se recorre el campo intencional no “desde arriba hacia abajo” (el movimiento de la mínima acción), sino “desde abajo hacia arriba”: la simple invariancia sin atención al movimiento. Y ahí encontramos la sorprendente identidad del arte, frente a la identidad de la ciencia. El arte es una forma de conocimiento impropio, fuerte y englobante.Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0.
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