Abstract
Cuando tenía 13 o 14 años mis padres, originarios de Don Benito, una ciudad pequeña de las vegas altas del Guadiana, decidieron invertir la herencia del abuelo materno, quien fue barbero y vaquero, en la sierra más noroccidental de Extremadura: sierra de Gata, tierra fronteriza con sierra da Estrela, en Portugal, y la meseta salmantina. Proyectaban, aún en pleno desempeño de sus funciones profesionales, envejecer ahí, cerrar este proceso que comúnmente nombramos como vida.
Estar ahí, en esa supuesta lejanía, parece ser hoy un privilegio. Por sencillamente estar, sentado junto a un roble, ese árbol noble, como decía el abuelo.

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